Desde el 2004, cuando estaba en cuarto de secundaria, siento una afición por el teatro que en estos últimos meses ha venido creciendo. Ese año, un profesor al que no sé si agradecer o culpar, se le ocurrió convocarme para formar parte del taller de teatro del colegio, encargado de representar el Vía Crusis y animar las aburridas festividades en donde solo hablaban y sonreían las mismas momias que penan en todos los colegios de esta ciudad. Él, que por cierto era mucho mejor director teatral que profesor, me enseñó lo básico para poder desenvolverme sin miedo. Es decir, me dio la base de toda la sinvergüencería de la que ahora me jacto y de la que la mayoría de gente que me conoce –incluida mi madre– se queja.
Redondeando la idea, y por si aún no se han dado cuenta, es en el teatro en donde me siento más cómodo. Los tres montajes más recientes a los que asistí me lo confirmaron. “No te preocupes, ojos azules”, escrita por el mexicano Sergio Zurita y dirigida por Alberto Ísola, mezclaron mi gusto por la actuación con la pasión que siento por la música. Kurt Cobain está a punto de suicidarse y Frank Sinatra es enviado para disuadirlo. Lo interesante de la obra está en que todos ya sabemos el final: Cobain, el mítico líder de Nirvana, muere el 5 de abril de 1994 en su casa de Seattle con una herida de bala autoinfligida en la cabeza. Las personalidades de ambos personajes se encuentran y enfrentan en situaciones cómicas, como de las que están hechas los peores y los mejores momentos de la vida. Saber el desenlace nos permite centrar nuestra atención en el desarrollo interno de Cobain y Sinatra, en su lucha contra la soledad de la fama. Al regresar a mi casa del teatro, lo primero que hice fue descargar canciones de Sinatra y escuchar el “Nevermind” de Nirvana. Ya no había nada de qué preocuparse.
“Cuatro historias de cama” de Eduardo Adrianzén me dejó pegado y bien sentado en una silla coja, lo cual no deja de desconcertarme. Por la silla coja, obviamente. Es en mi cama donde me escondo y en donde soy más débil. Donde he reído y llorado. Los personajes de Adrianzén se vuelven cercanos al verlos en su intimidad, al ponerse al descubierto. El blogger que no puede dejar de hablar de su ex enamorada, la pareja que está a punto de casarse, dos hermanas que esperan la muerte de una de ellas y un hombre casado que despierta en la cama de un chico son los personajes que nos muestran sus vidas, que son como las nuestras. Momentos que no esperaban que ocurriera, pero que aceptan. Ocho personas que sintetizan la vulnerabilidad de la que todos somos víctimas y sin la que no pudiéramos seguir viviendo. Sino, todo sería aburrido. No existe persona (ni cama) sin historias que contar. Por cierto, me encantó la actuación de Camila Mac Lennan.