lunes, 22 de diciembre de 2008

PRENSAPERUANA.COM

TODOS TIENEN ALGO QUE CONTAR

Desde el 2004, cuando estaba en cuarto de secundaria, siento una afición por el teatro que en estos últimos meses ha venido creciendo. Ese año, un profesor al que no sé si agradecer o culpar, se le ocurrió convocarme para formar parte del taller de teatro del colegio, encargado de representar el Vía Crusis y animar las aburridas festividades en donde solo hablaban y sonreían las mismas momias que penan en todos los colegios de esta ciudad. Él, que por cierto era mucho mejor director teatral que profesor, me enseñó lo básico para poder desenvolverme sin miedo. Es decir, me dio la base de toda la sinvergüencería de la que ahora me jacto y de la que la mayoría de gente que me conoce –incluida mi madre– se queja.

Redondeando la idea, y por si aún no se han dado cuenta, es en el teatro en donde me siento más cómodo. Los tres montajes más recientes a los que asistí me lo confirmaron. “No te preocupes, ojos azules”, escrita por el mexicano Sergio Zurita y dirigida por Alberto Ísola, mezclaron mi gusto por la actuación con la pasión que siento por la música. Kurt Cobain está a punto de suicidarse y Frank Sinatra es enviado para disuadirlo. Lo interesante de la obra está en que todos ya sabemos el final: Cobain, el mítico líder de Nirvana, muere el 5 de abril de 1994 en su casa de Seattle con una herida de bala autoinfligida en la cabeza. Las personalidades de ambos personajes se encuentran y enfrentan en situaciones cómicas, como de las que están hechas los peores y los mejores momentos de la vida. Saber el desenlace nos permite centrar nuestra atención en el desarrollo interno de Cobain y Sinatra, en su lucha contra la soledad de la fama. Al regresar a mi casa del teatro, lo primero que hice fue descargar canciones de Sinatra y escuchar el “Nevermind” de Nirvana. Ya no había nada de qué preocuparse.

“Cuatro historias de cama” de Eduardo Adrianzén me dejó pegado y bien sentado en una silla coja, lo cual no deja de desconcertarme. Por la silla coja, obviamente. Es en mi cama donde me escondo y en donde soy más débil. Donde he reído y llorado. Los personajes de Adrianzén se vuelven cercanos al verlos en su intimidad, al ponerse al descubierto. El blogger que no puede dejar de hablar de su ex enamorada, la pareja que está a punto de casarse, dos hermanas que esperan la muerte de una de ellas y un hombre casado que despierta en la cama de un chico son los personajes que nos muestran sus vidas, que son como las nuestras. Momentos que no esperaban que ocurriera, pero que aceptan. Ocho personas que sintetizan la vulnerabilidad de la que todos somos víctimas y sin la que no pudiéramos seguir viviendo. Sino, todo sería aburrido. No existe persona (ni cama) sin historias que contar. Por cierto, me encantó la actuación de Camila Mac Lennan.

1 comentario:

  1. Vaya, nunca pensé encontrar esta vieja columna acá. Qué grata sorpresa. Ya no escribo para PrensaPeruana.com, pero voy a seguir haciéndolo en mi blog fuegodepayaso.blogspot.com a partir de marzo (pues hasta ahora lo he dejado a la deriva).

    Gracias al señor Adrianzén por cambiarme mi libro fallado de ·Azul resplandor" por uno que sí tenía las páginas completas. Y por firmármelo, claro está.

    Por si alguien pasa por aquí, también dejo los dos últimos párrafos de este artículo (no tan) periodístico.

    Gracias.



    “11 y 12” trajo más cerca de lo que pensé tener jamás a una de las personas que más he querido y admirado sin conocer personalmente. Roberto Gómez Bolaños vino a darle alegría a mi vida y a cumplir el deseo de verlo actuar en frente de mí, deseo que tenía desde que me sentaba con mi papá a ver “El Chavo del Ocho”. Si bien el comienzo me pareció un poco plano, hacia el final de la obra era imposible dejar de reírse gracias al fino humor del tipo que solo Chespirito puede crear. La táctica, tan simple como genial: ya que los médicos usan nombres que suenan feo para designar las partes del cuerpo, el chofer de camión Eloy Madrazo encontró un método para evitar ese problema asignándole un número a cada parte. La historia comienza después de un accidente en el cual Eloy, interpretado por Chespirito, atropella al señor Cristóbal Gutiérrez, que pierde sus 11 y 12 –para no ser tan vulgar–, lo cual le impide tener hijos. Creo que no necesito dar mayor explicación.

    El teatro me da una alegría que ni el periodismo ni la literatura ni la música son capaces de darme. No por nada me estoy dando el lujo de pagar ciento cincuenta soles al mes para un taller de actuación con Aldo Miyashiro, a quien ya conocía de cuando estuve trabajando en “Enemigos Íntimos”, pero esa es otra historia. No estarán para saberlo ni yo para contarlo, pero ciento cincuenta soles no es algo que me sea tan fácil sacar de la billetera. Pero no iba a eso. El punto es que ahora ya podemos contar entre una de nuestras opciones para el fin de semana con ir a ver un montaje. El teatro es el equilibrio perfecto entre la imagen y la palabra. El arma para volver real lo ficticio. Voces que claman por ser escuchadas. Todos tienen algo que contar. No hay más que añadir: tercera llamada, tercera: sean bienvenidos: la función va a comenzar.

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